Bien. Ya está. Estoy de vuelta. Hace más de doscientos años que no piso esta ciudad, y aún así todo me parece igual. Todos los recuerdos que tengo de este lugar son malos. Pero bueno, ya no hay marcha atrás. Estoy aquí. Ya he conseguido todo lo que quería. Y hasta cosas que no me interesaban en lo más mínimo. Doscientos años fuera. A cada meta alcanzada me ponía una más difícil que la anterior. Un logro más, una excusa más. Pasos hacia el lado contrario. No quería volver. No era capaz de dejar de caminar, de huir… no quería volver aquí. Bueno, no quiero. Huí de mi responsabilidad, lo sé, pero es mi derecho. Yo no pedí nada de todo esto. Sanar a la gente… suena bien, suena tan bien… Comprendo que a ellos les sonara genial. Huí, es cierto, pero huí de que me utilizaran. Recuerdo teatros, corralas, mercados, plazas de toros. Y recuerdo a Mathiás: “la gente se pega por llegar hasta ti, Isha, se desmayan, pasan horas haciendo cola, y traen a sus familiares locos y enfermos desde todas partes de la cuidad. No estás orgulloso de lo que hemos conseguido? Tú y nosotros. Tu equipo. Todo esto es obra nuestra, Isha. La gente vuelve a nacer gracias a nosotros. Arreglamos vidas. Y todos desean estar contigo. Ojalá yo pudiera estar en tu lugar.”
Yo quería a Mathiás, era el hermano que nunca tuve. Pero él no podía entenderlo. Si hubiera sabido tan solo por un momento que el trabajo de toda su vida, construir el mito, darme a conocer, ayudar a la gente… me estaba costando la vida. No soy inmortal. Lo supe desde que era pequeño. No sé cuándo se acabará mi tiempo, y sospecho que mientras más huya de mi destino, más tiempo tendré que estar aquí. Pero eso no hace que sea más fácil. Es cierto que no envejezco. En lo que a mi cuerpo respecta, el tiempo se detuvo cuando me marché de aquí. Por eso digo que estoy bastante seguro de que puedo mantenerme durante más tiempo si me escondo de mí mismo. Y entonces sabía que me moría. Pero ellos, mi equipo… sé que hicieron un gran trabajo. Sé que ayudamos a mucha gente. Ellos decían que yo era una bendición. Un milagro. Yo sabía que mi don era de todo menos divino. No podía serlo. Recuerdo al Dios que me explicaron de pequeño, al Dios que conocí. Los pocos recuerdos que tengo de mi madre son rodeados de esa presencia, esa paz, esa felicidad. Todo lo que me abandonó para siempre después de aquella noche. Mi madre me lo advirtió, me dijo que yo tenía una misión importante, y que a los grandes generales los intentaban reclutar en ambos lados. Pero era demasiado joven y no hice caso. ¡Daría tantas cosas por un solo minuto de esa paz que ya apenas recuerdo! Sé que ese es Dios. El Dios del amor, de la paz, de la alegría. Y por eso sé que un “don” que me hace llorar, gritar de miedo, estar al borde de la locura, orinarme de encima y desmayarme de dolor no puede venir de Él. Cada noche. Cada una de las noches tras una campaña. Esa era la parte que ni Mathiás ni los demás conocían, ni conocerían nunca. Cuando yo tocaba y “sanaba” cien, o ciento cincuenta personas en el mercado de Alto, sabía que esa noche, cien o ciento cincuenta males inmundos, enfermedades, traumas y perversiones vendrían sobre mí. Tenía que luchar con ellos. Y siempre vencía, claro. En eso consistía. De verdad conseguía que abandonasen a esa pobre gente, pero tenía que pagar el precio. Por eso siempre dormía solo. Intenté escaparme de eso también. Traté de esquivarlos embriagándome, saciándoles de sexo, incluso peleándome en las tabernas hasta perder la consciencia… nada de eso funcionó. Venían a por mí. Y mientras que yo me hallaba debilitado ellos eran el doble de fuertes. Hasta la noche en que conocí a Marcela. Ella conseguía que después de una concentración, yo me olvidase de lo que vendría esa noche… me hacía sentir como si fuera un ser humano normal. Me hablaba de sí misma, de amor, de caricias, de sinceridad. Decía que siempre había cometido errores por intentar sentirse amada. Y yo quería protegerla de eso. Yo no sabía lo que era un desamor. Ni siquiera sabía que aquello que sentía al verla era amor. Yo no me merecía amar. Nunca debí dejar que ella se acercara a mí…viernes, 24 de abril de 2009
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